miércoles, 19 de marzo de 2025

PONCHOS, Q’ARAS E INDÍGENAS


Por Carlos Macusaya

Exhibirse con poncho y lluch’u en determinados espacios es parte de los “usos y costumbres” en elecciones (y no solo en Bolivia). Así, las campañas se arman como espectáculos de “amable folclorización” en los que se busca el voto de quienes están abajo en las jerarquías sociales. En ese marco, por ejemplo, el acto de ponerse poncho termina siendo, en varios casos, una especie de señalamiento de la distancia social entre quien lo luce solo para la ocasión y quienes serían sus “portadores naturales”.


Se trata de una forma de puesta en escena condicionada por los procesos de diferenciación históricamente producidos entre “los de arriba y los de abajo”. Estos procesos, por ejemplo, han dado lugar a que la corbata y el poncho sean identificados como símbolos opuestos, vinculados a estatus, condiciones económicas y “atributos” culturales. A partir de ello se piensa a la “ropa típica” como algo “innato” a quienes somos racializados como “indios”, casi como si nos creciera junto al cabello y las uñas.


Así, muchos valoran a los “indios que respetan su cultura manteniendo su vestimenta” y los consideran “auténticos y buenos”; mientras que, de manera inversa, no solo se burlan de quienes teniendo “cara de indio” solo visten su “traje típico” en algunos eventos o actos públicos, sino que los condenan y los llaman “falsos”. Estos amantes y de defensores de la “autenticidad india” suelen batir palmas cuando “sus q’aras” salen vestidos con poncho y lluch’u en algún acto proselitista. Para ellos es normal que el “blanco” pueda cambiar de ropa si quiere “coquetear con los t’aras”; pero a los “t’aras” que hacen cosas similares los consideran “falsos”.


Aunque unos y otros hagan lo mismo, eso que hacen no es valorado del mismo modo. Y es que no todos pueden hacer cosas idénticas y ser tomados de modo equivalente porque socialmente no son iguales. Sus actos, sus gustos o sus formas de vestir, etc., expresan el orden social en el que, en este caso, algunas “transgresiones” vestimentales son vistas como validas y otras no.


Hace casi un siglo atrás, en 1928, Eduardo Leandro Nina Quispe decía: “Sería mejor que desterremos el poncho. Nuestro traje hace que los extranjeros nos miren con recelo y nos coloquen de inmediato la máquina fotográfica; además, la diferencia de nuestro vestuario da lugar a que nos cataloguen en el plano de las bestias humanas”. Fotografiados por su vestuario y catalogados como “bestias humanas”, no parece algo lejano a nuestros días.


No resulta “curioso” que en la cobertura de prensa sobre el Congreso Indigenal, desarrollado en La Paz en mayo de 1945, se lanzaran ideas como: “Bastante simpatía despertó en el público la presencia de los congresistas indígenas. Sobre todo se reconoció a éstos el mérito de no haberse disfrazado de caballeros” (La Calle, 11/05/1945) y “hablan correctamente el idioma nacional y visten a la moderna, dando la impresión de que no son propiamente indígenas, sino mestizos; pero ellos expresan que son legítimos autóctonos” (El Diario, 18/5/1945).


Hoy, esos razonamientos son parte viva de la Bolivia moderna y plurinacional. Y es que desde determinados lugares del orden social se han producido criterios de validación y descalificación para los “indios”. Y en tanto se trata de un país que ha transitado de tener “bestias humanas” a tener “ciudadanos de segunda”, esos criterios no se aplican a sus productores, a los “ciudadanos de primera”. Asimismo, los “indígenas”, para ser reconocidos como tales, asumen esos mismos criterios como pauta de “autentificación”. Se entiende, por tanto, que muchos indígenas, en afanes políticos, anden atormentados por mostrase como “auténticos” ante los “q’aras”, mientras en su vida cotidiana visten y actúan de otra manera.

Volviendo al punto inicial, en el acto de exhibirse con poncho no solo está quien lo viste circunstancialmente, sabiéndose ajeno a quienes se supone representa esa prenda, también están los representados en el poncho. Es decir, para que esta exhibición folclorista funcione se necesita de unos y otros. Visto así, no basta con criticar a los “q’aras” que se disfrazan con ponchos y abrazan “indios”, en muchos casos tragándose el asco. No podrían hacer eso solos. En este show de folclorización unos y otros reconocen y asumen sus papeles.


Esos espectáculos grotescos de “emponchar” aquí y allá a los “señoritos” son una expresión, entre otras, de la reproducción ritualizada del orden social. El “q’ara” es vestido con poncho por “sus otros” y así asume su papel de mando, mientras los otros asumen su papel de “indígenas” ante “su q’ara”. Por eso no estoy de acuerdo con la idea de que “el q’ara es q’ara nomás”, pues el “q’ara” es tal porque otros actúan ante él como “indígenas”.


En este tipo de situaciones siempre me viene a la mente algo que dice Carlos Marx en “El Capital”: “El individuo B no puede asumir ante el individuo A los atributos de la majestad sin que al mismo tiempo la majestad revista a los ojos de este la figura corpórea de B, los rasgos físicos, el color del pelo y muchas otras señas personales del soberano reinante en un momento dado”.


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