Por Carlos Macusaya
Solía usar la palabra “hermano” en sentido vocativo con quienes se asumían como indianistas o kataristas. Bueno, no solo yo, pero el punto es que con esa palabra tratábamos de nombrar algo así como un “vínculo primordial” que en última instancia se imponía, a pesar de cualquier otra diferencia. “Saberse” hermanados en la “indianidad” era una condición subjetiva que hacía inútil cualquier planteamiento crítico sobre “nosotros”, mientras lo opuesto nos pasaba con los “otros”.
Así, llamarse “hermanos” no era simplemente un aspecto protocolar en nuestras actividades, sino que terminaba siendo un acto de fe. Esta “certeza” alimentaba la autoidentificación étnica e implicaba suponer que un “hermano” pensaba como uno mismo. Entonces, cuando las diferencias no podían ser pasadas por alto y algún “hermano” tomaba opciones que iban en contra de las suposiciones, surgían los problemas “internos”, que incluso eran tomados como cuestiones personales y “evidencias de traición” (porque se suponía qué debía y no debía hacer un “hermano”).
La “hermandad india”, bajo su manto de sentimentalismo y suposiciones, si bien permitía un “primer acercamiento” en ciertos procesos organizativos, terminaba siendo un problema. La simple autoidentificación étnica y el acto de fe en algún “vínculo primordial”, además de postergar indefinidamente el afianzamiento organizacional, alimentaba cierta disposición al “bloqueo cognitivo”.
Aprendí no solo que llamar “hermano” a “medio mundo” era una tontería, sino que también predisponía a las personas a tomar ciertas actitudes que terminaban erosionando articulaciones más sólidas que no se limitaban a la mera autoidentificación. ¿A qué viene todo esto? Pues, dado el escenario electoral, varios conocidos me han dicho: “¿qué vamos a hacer?”, “nos organizaremos con los hermanos”.
Les respondí con algunas observaciones que ya se las planteé a personas con las que trabajé y que van más o menos así:
No basta con decirnos “hermanos” cada vez que hay elecciones, ni con improvisar organizaciones. Primeramente, seamos hermanos o no, cada uno debería poner las cartas sobre la mesa y decir a qué está apuntando. Si se trata de formar una organización, se debería tener una lectura compartida, por lo menos en algunos puntos, acerca del escenario en el que se quiere actuar. Además, en base a ello se pueden plantear objetivos y tareas que permitan orientar los esfuerzos de los miembros de una organización.
Desde luego, se puede tener una lectura compartida del presente sin que esto implique necesariamente que se va actuar. Esta sería una posición contemplativa. También se pueden realizar ciertas acciones circunstancialmente y que no respondan a un objetivo concreto. Esto sería un activismo estéril y sin rumbo. Incluso se pueden plantear objetivos y metas a cierto plazo, acompañados de algunas actividades y figuras individuales, pero que se quedan en simple declaración de intenciones porque no hay una organización real que los concretice. Esto sería un trabajo de imagen, por ejemplo, en redes sociales.
La posición contemplativa es la más cercana al academicismo, el activismo sin rumbo suele ser una cantera de trabajo gratuito para otros y una gran imagen en lo virtual puede terminar convirtiéndose en autoengaño respecto a lo que la organización es realmente.
Si se apuesta a algo más académico, una postura crítica desde la contemplación puede ser útil para tratar de abrirse campo entre los académicos. Si no se tiene algún tipo de aspiración, el activismo sin algún propósito concreto tiene razón de ser: se hace por amor a... Si no se quiere lograr algo más que ser conocidos, entonces la imagen en el mundo de las redes es el límite.
Claro que estas “opciones” no son mutuamente excluyentes y de hecho las vemos en distintos espacios. Pero también pueden ser “redefinidas” en función de “algo más” (un propósito común). Por ejemplo, el ropaje académico es muy útil para darle autoridad a nuestra palabra y el poder circular en ese ámbito también contribuye en eso; conseguir “fama” en redes puede ser un medio para lograr vínculos y alianzas en función de algo que guíe un cierto activismo.
Para hacer cualquiera de esas “cosas” no hace falta ser hermanos y sí planificación, pero no en función de “vínculos primarios” ni de suposiciones sino de objetivos claros y definidos entre “nosotros”.
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